¿Por qué los jóvenes se dejan seducir por ideas socialistas fracasadas?

Por: Gabriel Berczely
06 May 2021

¿Qué está pasando, en Chile y en el mundo, que jóvenes –y no tan jóvenes también– terminan votando por viejas y fracasadas ideas, en muchos casos sostenidas por viejos jurásicos como Jeremy Corbin en Inglaterra, Bernie Sanders en Estados Unidos, Jean Luc Melenchon en Francia, y Guillermo Tellier, Fernando Atria y la abuela Jiles en Chile? ¿Cuánto de ello puede explicarse por el clásico movimiento pendular, y cuánto por otros factores?

Podríamos argumentar que este fenómeno se debe al mayor idealismo que suelen tener los jóvenes, quienes a medida que van envejeciendo suelen abrazar visiones más conservadoras, fenómeno ingeniosamente descrito por Churchill cuando, con otras palabras, dijo que quien no es socialista de joven es porque no tiene corazón, pero si continúa siendo socialista de viejo es porque no tiene cerebro. Pero más allá de esta ingeniosa frase, hay razones más profundas que explican, en la actualidad, el fenómeno de jóvenes abrazando ideas radicales que fracasaron en el pasado. En esta columna, cuando haga referencia a socialismo e izquierda, me estaré refiriendo a los que están a la izquierda de la centro-izquierda.

Partamos entonces con un hecho, este es, que los partidos tradicionales de izquierda fueron abandonando, por razones prácticas, los viejos ideales socialistas, dejando a los jóvenes de izquierda sin un referente que ellos consideren adecuado. Son buenos ejemplos de este abandono la Concertación en Chile y el Partido Laborista en Inglaterra, que fue el primero en modernizarse cuando Tony Blair dejó a un lado la cláusula IV de los ideales partidarios que promulgaba la estatización de los medios de producción. Posteriormente se fueron sumando otros partidos de izquierda europeos, entre ellos los nórdicos. Este abandono ideológico se produjo porque no existía otra alternativa para corregir los daños provocados por un estado que asfixiaba el espíritu emprendedor, que aceptaba el bloqueo a la modernización que hacían los sindicatos y los diversos grupos de interés, y que había derivado en un enorme elefante blanco que nada lograba, salvo generar inflación y estancamiento. Por algo implosionó la cortina de hierro. Ese realismo, pragmatismo y moderación de la izquierda tradicional llevó a los jóvenes menores de 30 años a sentirse abandonados, pues ya nadie protegía “realmente” los intereses de los desposeídos, y de los jóvenes.

Esa sensación de abandono se potenció con las crisis económicas posteriores a la caída del muro de Berlín, especialmente la financiera del 2008 y la actual pandemia, que provocaron fuertes ajustes en empresas y gobiernos, llevando a la desocupación de los jóvenes menores de 30 años a niveles récord cercanos al 40%, un escenario muy propicio para que aquellos nacidos después de 1990, que nunca vivieron el fracaso socialista, se dejen seducir por la utopía que vende la izquierda radical.

Pero ese abandono no solo se relaciona con aspectos económicos. También juegan un rol aquellos temas valóricos relevantes para la juventud, tales como la igualdad de género, la homosexualidad, el cambio climático y el feminismo, tomados exitosamente por la izquierda dura como una nueva bandera de lucha, de manera más radical que la adoptada por la izquierda moderada.

Claro está que el capitalismo tiene su cuota de culpa en este movimiento pendular. No solo ha sido deficiente en vender sus ideas, sino también en reconocer la necesidad de cambios oportunos. El sistema neoliberal que generó tremendos avances para la sociedad también provocó, como todas las cosas en la vida, efectos no deseados. Frente a una sociedad que quería mayor seguridad y solidaridad, y menor inequidad, el neoliberalismo terminó atrincherándose. Temiendo, con toda razón, la introducción de medidas que pudieran dañar los éxitos logrados, no logró sintonizar a tiempo con la sensación popular que había que introducirle cambios al sistema. Por ejemplo, en el 2016 la Universidad de Harvard condujo un estudio que concluyó que, en la cuna del capitalismo, el 51% de los jóvenes entre 18 y 29 años rechazaba el sistema capitalista. Estudios similares hechos en países como Alemania, Francia, Inglaterra o Chile demostraban que muchas personas estaban descontentas con el sistema, pero los excelentes números agregados, tales como crecimiento del PIB y disminución de la pobreza, no permitieron entender las percepciones negativas que se estaban acumulando. Lamentablemente el ser humano se mueve más por percepciones que por realidades.

Y en materia de percepciones, los que la llevan son las redes sociales y los medios de comunicación, especialistas en resaltar lo negativo por sobre lo positivo, porque eso es lo que mueve a las personas, generando rating y dinero. Esto es un fenómeno mundial, del cual Chile no ha estado ajeno, pues hemos sido testigos de noticieros y programas que, además de victimizar a los victimarios, terminaron justificando la violencia como medio para cambiar un sistema que, supuestamente, solo produce inequidad, abuso y poca solidaridad.

Frente a estas percepciones negativas hacia el liberalismo, cuesta convencer a los jóvenes que los nefastos resultados del socialismo pueden verse en Venezuela y Cuba, países abusadores de su población y que solo son capaces de generar equidad en la pobreza universal; que los profetas de la igualdad y equidad terminan viviendo como duques cuando asumen el poder; o que las actuales banderas de lucha de los movimientos de la nueva izquierda fueron la sentencia de muerte para homosexuales, feministas y disidentes en la vieja izquierda. Probablemente desconozcan también que el comunismo fue nefasto con el medio ambiente y la polución. Pero, claro, no vivieron esa experiencia. Más temprano que tarde despertarán del sueño socialista, y tendrán que enfrentar la pesadilla de la realidad.

Y ahí volverá el péndulo, pero no a la posición de “más de lo mismo”, sino a una nueva realidad de ideas liberales renovadas, con mayor empatía con una sociedad que busca mayor equidad, menor abuso y mayor solidaridad. No necesariamente provistas por el Estado.

*Publicada en El Líbero.

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