Boric y su necrofilia ideológica

Por: Gabriel Berczely
25 Mar 2021

En una reciente columna publicada en El Mercurio, el diputado Gabriel Boric menciona que el programa de gobierno de la coalición que representa incluirá la propuesta de que “los directorios de las grandes empresas tengan una participación de las y los trabajadores equivalente a la representación que tienen las y los accionistas”. Esa participación democrática permitirá que “los trabajadores tengan una voz determinante en las decisiones estratégicas de las empresas donde trabajan”.

Partiría por aclarar lo que se entiende por trabajador. Si utilizamos la jerga socialista, se trata de aquel nivel que suele sindicalizarse. Pero esta visión es del siglo pasado, porque todos los que laboran en una empresa, y que no son accionistas, de gerentes a operarios, son trabajadores a sueldo que tienen los mismos desafíos y riesgos laborales, pues no existe nivel alguno que esté exento del riesgo de perder su trabajo. Dicho esto, podríamos argumentar que los trabajadores ya tienen representación en el directorio, por cuanto el nivel gerencial participa activamente en las sesiones de directorio, especialmente cuando se tratan temas estratégicos, sean estos comerciales, productivos, tecnológicos o financieros. Sin embargo, siguiendo la lógica de Boric, y a los efectos de esta columna, consideraré como trabajador al nivel que generalmente se sindicaliza.

Desde un punto de vista legal, la propuesta de Boric vulnera el derecho de propiedad. Tener una participación accionaria supone derechos políticos que permiten determinar quiénes dirigirán la empresa, y derechos económicos que permiten determinar el destino de sus utilidades. Establecer por ley la privación de esos derechos constituye una expropiación que abre las puertas para todo tipo de expropiaciones. También abre la puerta para imponer todo tipo de desatinos, como por ejemplo que las empleadas domésticas participen democráticamente de todas las decisiones del hogar en el que trabajan. Muy seguramente Boric no estaría de acuerdo con esta idea porque esta sí que la tendría que vivir en carne propia.

Desde un punto de vista de equidad, no corresponde poner en el mismo nivel a aquellos que arriesgan su patrimonio con aquellos que no lo arriesgan y cobran un sueldo por ejercer una tarea determinada. Es la diferencia entre la gallina y el cerdo en un sándwich de jamón y queso: si no resulta bueno, la gallina involucrada solo habrá perdido un huevo colocando otro mañana, pero el cerdo comprometido habrá perdido su vida colocando su patita.

Desde el punto de vista de las empresas, querer equilibrar la innovación y desarrollo con el anhelo de mayor democracia es inconsistente con la realidad. En las empresas no existe ni funciona la democracia. Cada nivel podrá escuchar a sus pares, a sus subordinados, a los clientes, a los proveedores, o a quien estime conveniente, pero, al final del día, tomará la decisión que mejor le parezca. En definitiva, las empresas no son lugares para ejercer la democracia sino para ejercer liderazgos claros. Dicho sea de paso, nunca existió democracia real en las empresas de los países comunistas, sistema que por esencia debiera haberlo practicado.

Respecto a la participación de trabajadores en los directorios, tampoco resulta consistente con los desafíos del mundo actual. De acuerdo con estudios de la OCDE, el 20% de los trabajos actuales dejarán de tener validez en un futuro cercano debido a la robotización, inteligencia artificial, internet de las cosas y globalización. Lo más esperable es el abandono de estrategias actuales y adopción de nuevas, en un amplio abanico de temas, como productos, mercados, tecnologías, canales, procesos y cultura empresarial. Cualquiera de esos desafíos implica renovar el perfil de gerentes y empleados, despedir a unos y contratar a otros, y reducir dotaciones. Siendo ese un desafío evidente, ¿realmente podemos creer que en el directorio habrá una discusión sana y con altura de miras con el grupo que se perjudica con este tipo de decisiones? Sería como tener proveedores en el directorio, y discutir estrategias para conseguir menores precios y buscar nuevas opciones de suministro. De hecho, cuando se trata de remoción de gerentes, estos temas no se discuten delante de ellos, cosa que no podría hacerse con directores que representan a trabajadores porque legalmente no se les puede pedir que se ausenten de la sala. En la práctica, lo que terminaría ocurriendo es que parte del directorio comenzaría a sesionar en forma separada e informal a los efectos de poder tratar, con toda transparencia, acciones que pudieran afectar a los trabajadores, lo cual es no es nada sano para el funcionamiento de un directorio.

Con respecto a la propuesta de Boric de que los trabajadores tengan una voz determinante en las decisiones estratégicas, cuesta creer en la capacidad de agregar valor que puedan tener los representantes de los trabajadores. Los que operamos en el mundo empresarial sabemos del tremendo desafío para conseguir directores preparados y profesionales que tengan conocimientos profundos del negocio, experiencia en desafíos similares, madurez, capacidad para argumentar e independencia para decidir en forma objetiva. Pensar que los trabajadores sin preparación estratégica puedan contribuir es tan utópico como creer en el comunismo.

Por último, aquellos que piensen que la participación de trabajadores en el directorio podría beneficiar el ambiente laboral, sepan que de ello no existe evidencia alguna, y que la naturaleza humana nos lleva a querer ser socios en las buenas y empleados en las malas. Como los momentos malos son mucho más frecuentes que los buenos, las chances de conflictos constantes son altas.

En definitiva, si la intención del diputado Boric es mejorar la calidad de vida de los trabajadores, sería bueno que disminuya su necrofilia ideológica (seguir creyendo en ideologías muertas por el peso de su fracaso) y modernice su pensamiento. Por ejemplo, que piense en ideas tendientes a mejorar la movilidad laboral para que todos los trabajadores puedan cambiarse fácilmente a mejores trabajos, a flexibilizar la legislación laboral para promover el emprendimiento y el éxito de las fuentes de trabajo, y a desarrollar leyes que protejan a los trabajadores y no a los puestos de trabajo. Para ello no hace falta re-inventar la rueda, sino copiar la flexiseguridad danesa.

*Publicada en El Líbero.

COMPARTIR:

CONTENIDOS RELACIONADOS

Síguenos