A propósito de la propuesta de Gabriel Boric

Por: Tomás Sánchez
26 Mar 2021

Las empresas son claves. Son mucho más que propiedad privada, son organizaciones creadoras de valor y de soluciones. Son protagonistas en nuestra sociedad. Por lo tanto, como unidad básica en el desarrollo de cualquier país, es crucial propiciar su buen funcionamiento. Desde asegurarles un marco jurídico confiable, hasta mercados competitivos, sin corrupción. Sin embargo, en muchas, existe una tensión no bien resuelta entre dueños y empleados, entre gerencia y sindicatos. Ese conflicto carente de sentido merece ser atendido.

Las empresas son de sus accionistas y ellos pueden hacer con ellas lo que se les de la gana. Por otro lado, otros responden que, sin sus trabajadores, ellas no existirían. Podríamos resolver este asunto en la teoría, pero la verdad es que las cosas se hacen reales en la práctica. Las empresas le deben su legitimidad a la sociedad, quien valida ciertas premisas a través de la ley. Queriendo evitar tener que llegar a ella, siendo razonables sabemos que en una empresa donde ganan unos, también les va bien a otros. Y probablemente si unos se imponen por sobre el resto, es pan para hoy y hambre para mañana.

Entonces más que un mecanismo concreto, la pregunta a resolver es ¿Cómo aseguramos el desarrollo de mejores empresas para la sociedad? Y en este contexto ¿Cómo un buen gobierno corporativo puede propiciar mayor armonía, confianza y resolver conflictos internos? Con esas preguntas por delante, sugiero abordar la discusión con buena intención, evidencia y sin dogmatismos. Si unos se quieren llevar la pelota para la casa, que no reclamen si después nadie quiere jugar con ellos. En sociedad, todo es política. El juego se legitima entre jugadores y el público, no con las reglas que siempre son transitorias.

La experiencia alemana muestra que empresas con participación de trabajadores en directorios, no pagan significativamente mejores sueldos, ni son más rentables, pero si propician una mejor cohesión social. Otros estudios, muestran como empresas más responsables social y medio ambientalmente, tienen mejor rentabilidad. Aún así, corresponde explorar como se da esto en el contexto de nuestro país.

Asumamos que conocemos las respuestas para generar mejores empresas. ¿Debiéramos imponerlas? Antes de confirmar su eficacia, pongamos incentivos. Que empresas – por ejemplo – con mecanismos participativos en su dirección, con una brecha de salarios acotada y como buenos indicadores de sustentabilidad, tengan beneficios. Pongamos los incentivos para que las empresas sean un vehículo activo de bienestar. Que quienes adhieran a estas prácticas paguen menos impuestos y tengan prioridad al entregarle servicios al Estado.

Finalmente, el mercado igual sancionará. Si las prácticas propuestas no tienen buenos resultados, los emprendedores no buscarán esos beneficios y el Estado probablemente los retirará. Por el contrario, si resultan ser un éxito, se transformarán en una estrategia dominante, dejando atrás la controversia. Que gane el mejor y quienes le hagan mejor al país.

*Publicada en La Tercera.

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